martes, 9 de diciembre de 2014

Pequeña historia: Ying Yang

¡Hola! ¿Qué tal estáis?
Aquí os dejo la entrada del día, aunque me temo que se me hace tarde: es una pequeña historia que escribí hace mucho tiempo, y, aunque el argumento no es nada del otro mundo, me pareció divertido escribir algo de este género: tipo terror o criminal. Hope you like it!




La policía busca desesperadamente pistas sobre el asesinato de un matrimonio en las afueras de Boston. Se encontraron ambos cadáveres en la madrugada, por un hombre que asegura ser la “aventura” de la mujer. La mujer fue atacada con una estatuilla que estaba en la mesa del comedor, y el hombre fue golpeado repetidas veces con una grapadora. Esto último parece indicar que fue un crimen pasional.
En cuanto a sus dos hijos, han desaparecido.
El principal sospechoso por el momento es el hombre que encontró los cadáveres, pero si el asesino ha secuestrado a los pequeños él estaría descalificado. Todavía no se descarta ninguna hipótesis.
Si alguien cree saber cualquier dato relevante respecto a los asesinatos, que por favor llame al número que se muestra en pantalla”.






Eran como el ying y el yang: ella, la dulce e inocente niña, educada y correcta aunque le costase la vida; él, el travieso e intrépido niño, capaz de insultar hasta al borracho más peligroso del barrio.
Ella tenía sus muñecas Barbie, con las que escenificaba ir una tarde de compras al centro comercial. Mientras tanto, él se imaginaba que un monstruo gigante atacaba a todas las muñecas, y casi podía oír sus gritos pidiendo clemencia mientras el monstruo arrancaba sus cabezas. Se miraron sonriendo. Cada uno era feliz a su manera… y al fin y al cabo, ella necesitaba a ese monstruo para que Ken pudiera salvar a Barbie de una forma muy romántica, y él necesitaba sus muñecas para que su monstruo tuviese a quien atacar. Siempre era igual. No podían existir el uno sin el otro.
Para los demás, eran como el bien y el mal, que siempre quieren juntarse aunque sean incompatibles. ¡Cuán equivocados estaban! Nadie más que ella sabía que él no era todo mal, que él también tenía un lado bueno, aunque  solo lo mostrase con ella. Y solo él sabía que ella no era tan perfecta, que también tenía un lado travieso y egoísta.
Estaban tan concentrados en sus juegos infantiles que ni siquiera oían los gritos en la habitación de al lado.




Durante todo el día, sus padres habían accedido a comprarles todo: desde helados y regalices hasta la nueva barbie con furgoneta que acababa de salir al mercado. Los niños se limitaban a dirigirse miradas interrogantes, pero no se atrevieron a protestar.
Cuando al terminar el día, en casa, sus padres se lo dijeron ella se preguntó por qué hicieron de aquel día uno tan bueno: había estado muy feliz, y ahora, de repente, bajar tanto se sentía muchísimo peor; estar siempre abajo es mucho más fácil. Tragó saliva, mirando hacia el suelo, pero cuando su hermano cogió su mano fue capaz de apartar estos pensamientos de su mente.
-       Vu… vuestro padre y yo hemos decidido separarnos – Había declarado su madre, intentando decirlo sin que su voz se rompiera.
Con esa simple frase, los niños se sintieron como si su mundo de juguetes y de risas se hubiera roto, y la fragilidad que tenía resultó insólita para ambos. ¿Cómo era posible que algo tan innegable y real como su vida pudiera cambiar tanto de un día a otro?
Ella se veía triste, aunque no tenía los ojos humedecidos ni pensaba permitirlo, y por otro lado, él se veía ausente, como si lo estuviera esperando desde hacía años. Ella se preguntó si realmente lo había estado.
Intentó pensar que quizá era algo positivo; cada tres horas se podían oír gritos y discusiones, seguidos de portazos de su madre, y dejar de escuchar eso podría ser agradable. Eso la debería haber resultado reconfortante, pero no fue así.
-       Hemos pensado que cada uno se vendrá con uno de nosotros – Continuó la mujer, con voz más segura-. Cada dos semanas, se hará un intercambio. Claro que – se apresuró a añadir al ver la mirada de los niños- en vacaciones estaréis juntos.
Los niños no encontraron fuerzas para hablar, aunque sus miradas ya lo decían todo. ¿Cómo podía alguien pretender separar a dos personas que se necesitan y que están tan acostumbrados a la presencia del otro que es como si fueran dos caras de la misma persona? Sus padres podían separarse, hacer lo que quisieran con sus vidas, ¿pero acaso no tenían suficiente con el impacto psicológico de eso que querían hacerles incluso más daño?
En el pecho de él se empezó a formar una sensación nunca antes experimentada… aunque no sabía qué era. Estaba enfadado, estaba triste, estaba harto, estaba dolido; no sabía que tantas emociones podían convivir juntas en él, y resultaba extraño.
-       No podéis separarnos  - Murmuró él, con voz trémula.
-       Lo siento mucho, cariño – Dijo su madre, pero él no la creyó-. De vez en cuando os veréis, lo prometo – Su madre le miró esperando una respuesta, pero él pensó que para recibir más y más mentiras era mejor guardar silencio.
“¡No me basta con un de vez en cuando!”, pensó la niña, pero también se quedó callada, mirando hacia el suelo. Ahora estaría completamente sola… y era tan desagradable estar sola…
Su madre cogió su mano, sin poder esperar para dejar esa casa con tantos malos recuerdos. Quería ir a esa casa, de “ese” hombre, y ahí estarían seguras. Para ella, finalmente todo iba a mejorar.  Eso la hacía ciega ante lo demás.
-       ¡No! – Gritó el niño, cogiendo su otra mano, para detenerlas-. ¡Siempre decís que somos el ying y el yang! ¡Y eso no se separa!
Ella se había prometido no llorar, pero como toda promesa, la rompió y no pudo evitar que las lágrimas empezaran a correr por sus mejillas. Él apretó su mano; no la dejaría ir.
Su madre tiró de ella, y fue en ese momento cuando la niña se dio cuenta de que conforme las cosas iban sus padres ganarían. ¡No! ¡Simplemente no! Se sentía tan mal que su opinión no valiera nada, que daba igual lo que dijera, no tener una oportunidad…
Había una estatuilla encima de la mesa, de un elefante muy duro y fuerte.
Miró hacia su hermano, quien estaba al borde de las lágrimas, con esa mirada de desesperación que ella nunca había visto.
Miró hacia sus manos, sabiendo que nunca sería igual. ¿Estaba segura de que era la mejor opción?
Lo era, lo era porque no tenía otra opción, porque no podía perder a la persona que la complementaba; ella no sería nada entonces. Haría lo que sea por él.
Cogió la estatuilla y la tiró a la cabeza de su madre, quien inmediatamente soltó su mano cayendo al suelo. Su padre estaba petrificado, y él aprovechó el momento para coger la grapadora y pegarle en la cabeza más de diez veces, enfadado, hasta que el suelo estuvo lleno de sangre.
Ella, la dulce e inocente niña, educada y correcta aunque le costase la vida, esbozó una gran sonrisa, a pesar de tener las manos llenas de sangre. Él miraba al cadáver del que había llamado padre, petrificado.

-          Todo está bien ahora – Susurró ella cogiendo la mano de su hermano-. No nos separarán.






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