-¡Por
piedad, os lo suplico!- Grita.
Algunos
pasan de largo, otros miran, y sólo yo le ajusticio.
Su cabeza se
sale de la cesta.
“Vaya, o
tenía plomo dentro o mucho pelo” pienso, y me río ante mi macabro chiste.
La recojo, y
dentro del saco negro, sus ojos, ahora vacíos de vida, me miran.
“Gajes del
oficio,… No te distraigas. Continúa” Me digo a mí misma.
Hago lo que
se supone que debo seguir haciendo. Recoger la otra parte del cuerpo y junto a
la cabeza, bajo del estrado y lo dejo medioescondido entre unas sábanas negras.
Limpio la sangre
y ahora nadie mira, todo sigue su agitado curso.
Se llevan el
cuerpo mientras yo limpio la cuchilla de la guillotina. Dicen algo que suena
alegre, pero estoy concentrada, y solo respondo con un “ajá”, y continúo con mi
tarea.
Me dirijo
hacia la peor taberna de la ciudad, la más escondida en la zona más lóbrega. La
puerta es de madera oscura y envejecida, y encima hay un cartel que reza “la
flecha perdida” en lo que algún día fueron colores brillantes. Cuando entro
hago un gesto a la camarera de grandes… emmm… “virtudes” para que me ponga lo
de siempre. Mientras me acerco hacia mi sitio de siempre, veo que algún imbécil
está en mi silla, y hoy no es un buen día para cabrearme.
-Mira
chaval, no tengo ganas de bronca, así que lo haremos por la buenas ¿Vale?- Digo
poniendo mi sonrisa más sarcástica- Te explico: Te vas a levantar y vas a mover
tu asqueroso culo de mi sitio, ¿entendido?- El chico se levanta y es más alto
de lo que pensaba, aunque probablemente yo sea algo más mayor.
-Mira “chata”-
Dice recalcando cada sílaba- Yo he llegado primero, si te jode, te aguantas
¿entendido?- La mesa cruje un poco cuando apoya las manos, supongo que para
intentar parecer más intimidante. No lo consigue.
-Vale, será
por las malas- Y justo cuando pronuncio “malas” le doy un puñetazo en la cara,
apuntando hacia la nariz, de donde ahora sangra. Él se echa un poco hacia atrás,
le he pillado desprevenido. Aprovecho ese instante para agarrar su jarra de
cerveza y estampársela en la cabeza. Se cae al suelo y le agarro del cuello de
su camiseta para levantarle y sacarle fuera del local.
Nadie se
sorprende, esto es el pan de cada día. La chica rubia de las “virtudes” despampanantes
ya ha dejado una jarra muy fría y a rebosar de cerveza negra encima de la mesa
de mi sitio. Me siento y aprovecho para reflexionar sobre lo que he hecho hoy:
Levantarme, desayunar, ir al curro, y en el trabajo poco a destacar… salvo que
uno de los tres a quien me ordenaron ejecutar no gritó, ni siquiera pronunció
una palabra. Tomo un trago largo y me doy cuenta de que respeto a las personas
que mueren con un porte especial.
Hoy tocaban
3 en guillotina, ya no está muy de moda ni es algo que se suela elegir para
pena de muerte, ahora se lleva más la silla eléctrica. Vaya, me quedaré sin
trabajo en unos meses, o me especializo en otro tipo de muertes o lo llevo
crudo. Me abofeteo mentalmente y me digo a mí misma que no es momento de pensar
en ello.
Apuro la
jarra, le pago a la camarera, quien para mi sorpresa me dice:
-Hasta
luego, Dys. Hoy estás especialmente guapa- Y me guiña un ojo. Me pongo como un
tomate y salgo pintando sin decir nada, con los ojos como platos, mientras
pienso que me acaba de tutear, ni siquiera me ha llamado por mi nombre completo.
Al salir me topo con el chico de antes y sus “amigos”, supongo.
-Hola, “chata”-
Dice, mientras todos sus amigos se parten de risa.- ¿Jugamos?- Sus ojos
reflejan un brillo lascivo, incluso siendo de noche.