Mientras
noto como cada uno de mis músculos se va tensando ya sé lo que se
avecina. Repaso mentalmente el callejón, buscando escondites o cualquier
posible vía de escape.
Se me
acercan poco a poco y oigo susurros y risas.
-¿Cuál es tu
nombre, “chata”?-Ese retintín al hablar me debería producir escalofríos, en
lugar de eso, procuro centrarme en mantenerme alerta e intentar trazar un plan.
-¿De verdad
eso te importa, “chato”?- He debido de sonar más grave y sarcástica de lo que
creo, porque han parado en seco. Levanto un poco de polvo con la bota al
intentar cambiar de posición, a una mejor para defenderme ante un posible ataque. Apenas hay luz, y doy gracias
por ir de colores oscuros, así me camuflaré más.
-Tu voz me
suena… ¿En qué trabajas?- Dice uno de ellos, el más bajo y escuchimizado,
también es el que más atrás está. Fijo mi vista en él, y pega un salto del
susto que le he metido. Río por dentro, pero creo que si me río por fuera les
asustaré. Sí, funciona. Las escasas luces de "la flecha" hacen que nuestras sombras se proyecten
en la pared desconchada y sucia que tengo en frente; parezco pequeña, en cambio, ellos enormes.
El chavalín
se va haciendo hueco poco a poco entre ellos, acercándose. Ante mi intento por
parecer más intimidante y segura de mí misma, pone los ojos como platos y se
queda quieto. Me recuerda a una ardilla. Es pelirrojo de ojos oscuros, y
pequeño como una ardilla.
La tensión
se me va acumulando y no se me ocurre ningún plan que no implique que salga un
poco magullada.
“Lo de
pensar deprisa nunca fue lo tuyo, chica” Oigo dentro de mi cabeza, pero no es mi
voz.
“Ahora no es
momento para pensar en eso, ya lo haré después” Y eso si suena más a mí misma.
“No,
escúchame Dyscordia. No te hagas la dura” ¿¡Pero que coj…?! No es mi voz, y me estoy asustando. Ellos dicen
algo, pero estoy ocupada en mi propia cabeza.
“Son más que
tú, sí, estás jodida. Pero las guerras no las ganan quien más soldados tiene,
te lo recuerdo” Por lo menos dice cosas inteligentes, y la voz… Me suena. Es
aguda y parece alerta. Habla deprisa. Sabe mi nombre completo... Esa voz... "¡No! ¡Para! ¡Alerta!" Me digo.
Uno de ellos
intenta tocarme. Le aparto de un manotazo como acto reflejo. Al instante veo
que el pelirrojo bajito le sujeta. No sé cómo, pero se controla el más grande.
-Respóndele-
Dice otro. Éste último parece mayor. Alguna arruga, alguna cana aquí y
allá, pero me saca tres cabezas, a lo ancho y a lo alto.
-Ardillita
cielo… ¿cómo te llamas?- Le digo mirándole. Se pone rojo al instante, pero se
yergue y me mira fríamente.
-¿De verdad
eso importa?- Responde. Tiene un deje al estilo de las clases altas, probablemente lo sea.
-Muy bien “Ardillita”,
me voy, así que déjame pasar. Tú me caes bien, no te quiero hacer nada.- Es
cierto, me cae bien.
“Eso es,
gánatele” Decimos al unísono mi voz mental y la intrusa, expectantes.
Decido que
es hora de reaccionar, estoy cansada del tira y afloja. Avanzo en dirección
a “Ardillita”, el cual recula con cara de miedo. Otros dos ocupan su lugar.
-Venga
chicos… Ahora no tengo ganas- Dicho eso, le golpeo en la zona del hígado por sorpresa al
que parece más distraído.
“¡Por
detrás!” Grita alguien en mi cabeza. Inconscientemente salto lo más alto que
puedo, y el puñetazo que llevaba mi nombre se lo comió el otro que me cerraba
el paso. Aterrizo sobre la tripa de alguien y salgo corriendo, empujando a
Ardillita, que cae al suelo tapándose la boca.
“Estás
oxidada” Y mientras me muevo lo más rápido que puedo (saltando cajas,
esquivando obstáculos y procurando no resbalarme), pongo cara, mezcla de
ofendida, mezcla de asco.
“Cállate”
Respondo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario